domingo, 28 de abril de 2019

Un poquito de silencio



Sábado por la tarde desde mi sofá, intento ponerme al día con Juego de Tronos, haciendo una épica sentada, mientras viajo de reino en reino, compartiendo aventuras con todas las familias.
Y en ese momento comienza el bingo en mi barrio, se celebra en la plaza y podemos participar todos los vecinos. Casi sin avisar arranca, generalmente, conducido por una voz femenina que empieza a decir los números poco a poco.  Van saliendo el 55, cinco, cinco, el 68, seis, ocho y así hasta la primera pausa porque han cantado línea, comprueban la misma y los siguientes números hasta que alguien canta el bingo. Entre la línea y el bingo se oyen los murmullos de uy! cuando ya se acerca el final.
Imagino el recipiente en dónde residen todas las bolas con sus cifras marcadas y esperando para salir tras cada movimiento del bombo. Tras muchos años escuchándolo y, confieso que algunos participando, me doy cuenta que aún estando los números parece que hay algunos a los que les gusta destacar más que a otros, yo diría que el 15, el 13, 5 o el 45 salen casi siempre, o a lo mejor es que me gustan especialmente y me siento bien escuchándolos. Lo que no cabe duda es que queramos o no el sonido de la voz de la persona que canta los números penetra en nuestros hogares. 
Y entonces.... ante la imposibilidad de concentrarme en la serie, apago la tele y me abandono a imaginar que todas esas bolas con números somos nosotros esperando a que alguien nos nombre para salir. Pasamos gran parte de nuestra vida esperando que alguien nos abra una puerta por la que acceder al mundo, y cuando salimos allí ¿Qué nos sucede? Que nos sientan y esta vez en fila y por orden, porque mientras permanecemos en la gran esfera podemos relacionarnos unos con otros, girar, bailar, a veces ni salimos en toda la partida y no pasa nada. Tenemos un nombre y habitamos el mundo.
Una vez fuera nos espera una gran hilera de huecos dónde nos acomodan, y que a modo de un patio de butacas nos sientan a esperar. A veces tengo la sensación que la vida se nos pasa así, como si de una gran película se tratara y en la que pasamos por ella como espectadores.
Y entonces me acuerdo de La Rosa púrpura de El Cairo y empiezo a imaginarme como sería el mundo si algunos protagonistas de ficción pudieran salirse de las películas, y me voy a Orgullo y Prejuicio, ¿Qué haría yo si Mr. Darcy abandonará la película y fuera a buscarme? Pues probablemente lo seguiría, viviría un poco de la época y volvería enseguida a mis comodidades del siglo XXI, y si Denys (Robert Redford) ¿Me invitará a lavarme el pelo en África? Pues a riesgo de sufrir tirones y que me entre jabón en los ojos me dejaría, claro que luego pensaría en el ecosistema y volvería de nuevo a mi cuarto de baño. Y si yo fuera Claire y Jamie me propusiera conocer las Highlander… pues me tienta aunque creo que prefiero ir a verlas ahora que esta todo tranquilo sin batallas entre familias.
Buscamos mil y una historias fuera de nosotros que nos diviertan, cuando uno mismo puede divertirse mucho consigo mismo.
Y llegado a este punto termina el bingo y además he quitado la tele, con lo que me recuesto en el sofá y le digo a la vida gracias por lo que tengo y sobre todo por este ratito de silencio.

domingo, 21 de abril de 2019

Retazos de Semana Santa que habitan en mi alma

A lo largo de estas entradas he mencionado recuerdos e imágenes de cuando era una niña. Para hoy Domingo de Resurrección no tenía previsto nada, tan sólo fluir como en las otras ocasiones.
Aunque no cabe duda que es un día especial, los cristianos católicos celebramos que el hijo de Dios resucitó de entre los muertos, para enseñarnos que hay una vida plena tras una etapa de dolor y sufrimiento. Y trasladado eso a mi ciudad, tenemos toda una Semana Santa cargada de procesiones y actos que rememoran la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

En este momento cierro los ojos y me traslado a casa de mis padres y empiezo a recordar como era la Semana Santa. Arranca el domingo de burrica, esa procesión es la de las palmas, salíamos por la mañana a comprarlas, noto su tacto áspero y su profundo aroma, las llevamos a bendecir y por la tarde a la procesión. "Quien no estrena el domingo de Ramos no tiene ni pies ni manos", así que ese día siempre teníamos preparado algo. A veces unos calcetines, bastaban para cumplir con la máxima.
Lunes Santo, que nervios, ese día ya tocaba procesión, comprar los caramelos, ir al estanco de Rojas a por las postales de la Piedad, intentar dormir la siesta para estar descansadas por la noche y las horas que no pasaban, a las ocho de la tarde ya la merienda cena, una tortilla francesa en bocadillo o pechuga de pollo empanada. Enseguida a vestirnos, los pantalones a media pierna y ese día tranquilos porque sí o sí eran guantes y calcetines blancos. Y llegaba el momento de salir, tocaba ponerse "el mocho", nombre con el que se conoce a la prenda que cubre la cabeza de los nazarenos, y con el que siempre me pillaba el pelo.
Mi hermana y yo salíamos con mis vecinos del tercero y sus primos, Juan Pedro, Toñi, Rosi, Emilio, Chesca, Loli, Pedro, Ascen y a veces también se unían amigas. Cargados con las varas nos íbamos todos juntos al callejón de Bretau, íbamos siempre acompañados de un mayor, que al llegar allí nos decía: "todos juntos, y si os perdéis al entrar a la Iglesia buscar a Pepe, el hermano vara", entonces no teníamos móviles, dejar a los niños era un verdadero acto de Fe, los veías un par de veces durante el recorrido y casi siempre para reponer caramelos. En eso jamás he sido tacaña, los he repartido a puñados, porque si la gente esperaba para vernos pues había que darles lo que teníamos, además mi madre nos decía: "Repartirlo todo y que no vuelva nada a casa". Las postales las guardaba para mis profesoras y los conocidos, que luego le contaban que me habían visto y que bien educada estaba que les había dado de todo.
La entrada a la Iglesia merece una mención más que especial, incienso y flores, vuelven a inundar
mis sentidos, que emoción y nervios, desde que ponía los pies en la nave central podía sentirlos, así como el ruido de los tambores, que retumbaban dentro de la Iglesia: poropom, pom, popom…. Y las puertas de Santa María se abrían durante 10 días para que pudiéramos salir, la bajada por la rampa, el toc-toc de las varas y ya estábamos en la calle.
Del lunes recuerdo los momentos de la Salve frente a la Iglesia de la Caridad, el parón y por consiguiente cansancio de los niños a la altura de la Calle del Duque, y el deseo de llegar a la Iglesia y volver a cantar la Salve, esta ya para recoger la procesión y ver pasar el piquete militar.
En la vuelta a casa nos hacíamos las remolonas con la vara, y para compensar unos churros con chocolate, a veces en Chamonix (Puertas de Murcia) y estoy intentando recordar otros sitios, creo que la cocina de mi casa sería el más probable.
Como no parar un momento para tras el ruido de los tambores y la emoción del momento, sentir la suela de los zapatos pegada al suelo, claro, tiene su lógica repartíamos caramelos y volvíamos pegajosos, al día siguiente tocaba raspar las suelas para no manchar el suelo de casa.
Ya estamos en Martes Santo, el encuentro de los tres Santos, la bajada del Santiago por la cuesta, todo un espectáculo que emoción, ya de más mayor recuerdo verla desde dentro del Gobierno Militar con mi hermana que iba a ver su novio. Y el San Pedro desde el Arsenal, al escuchar el discurso por el que se le permitía salir en procesión, siempre pensaba que a lo mejor ese año llegaba a tiempo para que no lo arrestaran al día siguiente, claro es que tenía un pase de pernocta militar.
Ya tengo que mencionar a San Juan, que saliendo desde el Parque de Artillería completaba la procesión.
Para el Miércoles Santo, tengo el recuerdo de las empanadillas o agujas de carne que me compraba mi abuela para ver la procesión desde el balcón de su prima Conchita en la calle Serreta, en ese momento me parecía larguísima la procesión, la Santa Cena, y claro es que salían pocos niños repartiendo caramelos.
El Jueves Santo amanecía y nos levantábamos muy tarde porque luego teníamos el encuentro de madrugada. Aunque primero esa noche teníamos la procesión del Silencio, me impactaba la forma en que se apagaban todas las luces y los escaparates al paso de la procesión, una inmensa paz que hacía presagiar lo que estaba por llegar, es en esa quietud dónde nos encontramos en el estado idóneo para dejar fluir las decisiones y que se cumpla lo que está escrito.
Muchos de estos jueves también los hemos dedicado a saber que pasaba en La Unión, con el Cristo de los Mineros y en Cabo de Palos, aunque me cuesta salir del terruño estos días.
Nervios porque la madrugada se va acercando, es la noche más larga para una madre y un hijo, porque uno como adulto puede asumir sus decisiones, aunque para una madre, aún siendo quien es, duele y mucho. Esta noche se convierte en todo un símbolo para los niños porque es nuestra primera salida nocturna, mi padre llenaba el Renault 12 de varas y nazarenos apretujados camino de la Pescadería aunque está limpia para la ocasión, se puede sentir el olor a mar y sus habitantes. Es desde allí de dónde saldremos en procesión, atravesando todo el barrio de Santa Lucia, acompañados de saetas y camino del Encuentro con la Madre. Nuestro Padre Jesús Nazareno, es el titular de la Cofradía Marraja, y una gran marrajo a sus pies le acompaña en el trono.
Una pequeña nota, el tiburón mako, marrajo común o de aleta corta es una especie, parecida al tiburón, que abunda en el Mediterráneo.
Otra nota más, para aguantar la humedad y mantenerse despiertos, nuestros mayores beben laguenas, una mezcla de anís seco y vino dulce, pienso en que ganas tengo de hacerme mayor para probarlo.
La llegada a la plaza del Lago es todo un acontecimiento, que buenos recuerdos me trae el bar Puerto Rico, cuantas limonadas he tomado allí con el abuelo Pepe, mientras el disfrutaba de su café y el periódico.
Una vez finalizada la procesión toca dormir todo el día para reponer las fuerzas, nada mejor que un buen guiso de albóndigas de bacalao,  hecho por mi abuela Maruja, para entrar en calor, según me voy haciendo mayor, me cuesta más trabajo despertarme para comer y me digo a mí misma que si alguna vez tengo hijos no los despertaré.
De la procesión del Viernes Santo, recuerdo que mirábamos siempre el cielo, que muchas noches parecía querer cerrarse como la Noche oscura del alma. De esta bonita y solemne procesión recuerdo el Santo Sepulcro, fue la primera postal que le escribí a mi padre, con mis recién aprendidas letras y de él también recuerdo la seguridad con que nos decía: "si llueve, trajes hacia arriba, les dais la vuelta como si fueran capas sobre vuestros hombros y os refugiáis en un portal que yo os busco y os recojo, no importa lo que tarde, me esperáis".
En muchas procesiones cartageneras podéis encontrar las popularmente conocidas como "las
manolas", son las damas que visten de teja y mantilla y que devotas acompañan a la Virgen durante su recorrido. Un año tuve la oportunidad de sentirme como ellas acompañando a la Magdalena junto a mi madre. Ya se que no es una Virgen, aunque es cada vez más aceptada su importante figura junto a Jesús y la propia María.
Tras esta larga y emotiva noche, amanecemos en el Sábado Santo, ese día por fin abren los comercios y toca correr a por repuestos para la procesión de la Veracruz, la Confitería de San Vicente en la calle correos nos salvó en muchas ocasiones de salir de vacío, recuerdo sus cristaleras repletas de bolsas surtidas y los sepulcros, unos caramelos grandes y alargados que reservamos para nosotros los nazarenos.
La llegada del Domingo de Resurrección marcaba el final de esta gran semana, una procesión que de niña la recuerdo siempre con campañas tiñendo de alegría el ambiente y el bullicio de una ciudad que todo lo celebra de noche y ahora tiene el color del día. Todos los pasos me gustan, aunque me emociona especialmente el trono de Los discípulos de Emaús cuya banda va tocando Pescador de Hombres, la canción favorita de misa de mi tía abuela.
Y los años fueron pasando, parece que todo sigue igual, evidentemente la representación de la historia se repite siempre, la que ha cambiado es la protagonista. Aunque de sentir marrajo, de capirote pude cumplir mi sueño junto a la Cofradía Blanca, en el Cristo de la Resurrección, así estaba escrito y ahora su corazón rojo, se tiñe de lila, morado y blanco según van pasando los días.
Porque no podía faltar aquí la mención al Cristo del Socorro viacrucis con el que arranca la Semana Santa de España, desde luego la de Cartagena si, y por supuesto la ofrenda floral del Viernes de Dolores, en el que puntada a puntada mi suegra nos deja además de su buen humor y cariño unos trajes patrimonio familiar, estos se unen a los de terciopelo hechos por mi abuela y que cada año recrean en el comedor de mi madre un pequeño almacén semana santero.
Este año cuando ya pensaba que sabía mucho de esta semana de Pasión, he aprendido una nueva palabra y veréis porque ha sido.
La lluvia nos ha acompañado como yo nunca recordaba, tres días seguidos sin procesiones, así que junto a la pena de no disfrutar los desfiles pasionales, afloraban los sentimientos de alegría por lo que la bendición del agua suponía para este sediento campo de Cartagena.
Pues bien el Viernes Santo asistí al Vía Crucis que celebramos en el interior de la Iglesia, recreado en 14 estaciones y hoy leía con incredulidad el comunicado del Resucitado, porque ellos ante la imposibilidad de salir nos invitaban al Vía Lucis, porque Jesús ha resucitado.
Al principio pensaba se trataba de un error, más no era así y lo explicaba en la iglesia el sacerdote, se denomina de esta forma porque iniciamos un camino de Luz. Que curioso, porque estamos siempre acostumbrados al camino de la cruz y vemos el despejado y nos da hasta miedo ponerle nombre.
Así que queridos míos que predomine la alegría y la luz en este camino que hoy emprendemos.

domingo, 14 de abril de 2019

Los ruidos del desorden


Hoy me levanto y lo primero que encuentro es una pila de ropa en el comedor. Bajo una forma de montaña se entremezclan los blancos de las toallas, que se asemejan a las cumbres nevadas, y que están sobre las otras prendas de colores, camisas, pantalones que con sus mangas y patas simulan caminos de bajada que descienden al lugar dónde se agrupan los calcetines y ropa interior, revueltos, a modo de flores primaverales que surgen de forma espontánea en los valles.
Quedo admirada ante tamaña obra de arte, aunque el fin de la lavadora me devuelve al sentido común y me recuerda que la ropa está ahí pidiendo ser ubicada en algún lugar de los armarios, porque bajo ese montón también hay un sillón que espera paciente descansemos sobre él. 
Tras tender la lavadora, vuelvo de nuevo al blog y continuo escribiendo, porque la entrada de hoy va a ir sobre esto: los ruidos y los pequeños detalles que nos devuelven al presente y cómo en cada uno de nosotros obra un efecto diferente.

La semana pasada tuve la oportunidad de estar en una jornada sobre comunicación  en proyectos, organizada por nosotros, en la que además de compartir tiempo con nuestros investigadores, asistieron compañeros de otras instituciones. En uno de los ejercicios prácticos acerca de como convencer a un alto cargo en un ascensor, tienes de tiempo lo que dura el viaje, se puso de manifiesto que además de los plásticos son los ruidos los que están matando a nuestros cetáceos, no los matan por ingesta, aunque su efecto es mas letal, la continua exposición a sonidos que no son propios del mar y su hábitat, los desorienta y atonta hasta el punto de conducirlos hacia las costas donde encallan y mueren.

En ese momento lo dejé estar porque tenía otras ocupaciones, que no preocupaciones, en mi cabeza. Es hoy cuando, tras vivir ayer una experiencia de silencio, caigo en la cuenta de la cantidad de distracciones y ruidos que tenemos a nuestro alrededor y que nos alejan de aquello que estamos haciendo. Hemos sustituido el canto de un pajarito en la ventana por un beap-beap digital que anuncia la llegada de un mensaje, ¿Quién será ? Corremos presurosos a ello. Yo misma me he visto cocinando y atendiendo conversaciones, y me da mucha pena reconocerlo porque soy una fan empedernida del chup-chup del agua al cocerse y transformarse en delicioso caldo.

Así que volviendo al ejemplo marino, también nosotros nos descolocamos con la cantidad imágenes y sonidos que se producen a nuestro alrededor, es como no saber a que atender primero. Y en medio de esa maleza intento ordenar mi mente, imaginando cómo me gustaría estuvieran dispuestas las cosas para ir sintiéndome mejor cada día, así que ordenar se convierte en una primera opción, para ello desprenderme de todo lo que ocupa un espacio y ya no utilizo, es el segundo paso, y dejar sitio a lo nuevo sería el resultado.

Y esto novedoso que llega a mi vida no tienen porque ser cosas nuevas, puede ser simplemente la nada, es decir dejar espacios abiertos, open concept (tan usado en las cocinas modernas que aparecen unidas al comedor). La mente en blanco cual lienzo dispuesto a ser pintado cada día, la hoja de un cuaderno esperando a ser escrita o  la línea de una entrada al blog.

Es aquí cuando descubro que no me puedo auto-callar, que si tuviera cualquiera de los objetos descritos antes y de un blanco reluciente a mi alrededor seguramente empezaría a crear, a garabatear y a expresarme, porque es esta la manera en que hago las cosas, tocándolas, palpándolas y en definitiva sintiéndolas. Es la forma en que trabaja mi mente y mi corazón y doy fe que en este punto se dan la mano. Porque ese desorden aparente puede inspirar los mejores momentos de la vida, y nadie mejor que uno mismo para saber que es aquello que le emociona.


¿Escribir o doblar ropa? Esa es la cuestión de mi domingo de hoy, a estas alturas ya imagináis que he elegido ¿verdad?  Buen día y buena semana, para la pasión, la caída y la resurrección.


domingo, 7 de abril de 2019

Semillas para la vida


Arrancamos este primer domingo de abril celebrando el día de la cobertura sanitaria mundial. Porque la sanidad es un derecho igual para todos y es un deber de nuestras autoridades proporcionarla. Y además voy a defender nuestro sistema sanitario al que agradezco las veces que he tenido que usarlo, si en algo han fallado, porque somos humanos, hemos podido remediarlo, aprendiendo que había tras ello.

Dicho esto, no suelo entrar en demasiadas cuestiones políticas porque este no es el fin del blog, aunque sí voy a hablar de los distintos medios que tenemos de proporcionarnos a nosotros mismos buena salud. Durante estos días he compartido en Facebook artículos relacionados con remedios para el alma, que al final es la que genera las emociones y nos hace estar saludables. Actividades como el teatro, leer un buen libro, asistir a un musical o ir al cine, tocar un instrumento, escribir, pintar, esculpir, hacer deporte, ver series… cualquier actividad en la que seamos felices se convierte en ese gran elixir que nos hace sentirnos bien y genera suficientes anticuerpos para protegernos físicamente.
Bueno pues además de leer, compartir noticias y poner en práctica muchos de estos consejos he tenido la oportunidad de asistir a un curso organizado por la unidad de Voluntariado y Discapacidad de mi otra casa, la UPCT. Lo he hecho porque, además, forma parte de la formación que recibimos dentro del proyecto SEMILLA. Éste, como su propio nombre indica, tiene como objetivo plantar la curiosidad y la voluntad por la ayuda y colaboración con el prójimo de forma desinteresada y voluntaria.
Estoy en este proyecto por mi misma y por mi estrecha amistad con Magda que es la ideóloga, creadora y principal soporte de todo esto: Gracias.

La primera actividad en la que participé fue un Taller de Microrelatos.  Asistieron 7 u 8 chavales de entre catorce y dieciséis años, al principio me planteé la actividad con ejemplos, explicarles la estructura.....aunque en las historias perfectas nada sale como planeas y eso fue su grandeza. Charlamos durante dos horas de sus aficiones literarias y de las series de televisión que veían, para al final de esos 120 minutos conseguir el objetivo: que cada uno contara su historia en forma de relato breve. Me quedo con sus comentarios que alimentarán mi espíritu durante mucho tiempo.

Y esta semana que termina hemos asistido al curso, tres tardes de dos horas y media cada una, intensas en valores y en energías personales. El título por sí solo ya prometía: Trabajo en equipo: Responsabilidad, participación e inclusión, y ha estado guiado por Vanessa, psicóloga y perfecta maestra de ceremonias a la que ya conocía desde hace un tiempo y que fue la primera que me invitó a mirarme en el espejo, desde entonces no he podido parar de hacerlo:¡¡¡ Gracias!!!!.

Las sesiones han girado en torno a estas palabras y cada uno hemos podido definirlas y hasta vivirlas. Si tocamos responsabilidad, os diría que la llevo impresa de la misma forma que recibí las aguas bautismales, hasta hace muy poco la usaba para presentarme cuando me refería a mis labores profesionales. Un día decidí que Responsable no era un rol en el trabajo, es mi cualidad personal por la que yo voluntariamente he decidido hacerme cargo de unas determinadas tareas que desempeño con ilusión y cariño poniendo cada día lo mejor en ellas.
A partir de ese momento trabajé para que el orden natural se ocupara de todo lo demás, confié y ha salido bien. Agradezco la labor de los que han contribuido a ello, porque han sido verdaderos maestros.
También como madre me siento responsable de las hijas que he dado a luz,  a las que crio en la confianza de que podrán tomar sus propias decisiones y hacer sus elecciones de forma responsable.
Además de todo lo reseñado también soy responsable de mis pensamientos y de mis actos, por lo que elijo nutrirlos con lo bueno que me va dejando cada paso que doy, y son muchos a lo largo del día.

Si continúo con el orden del título la siguiente palabra que entra a jugar es participación, además me tocó representarla. Confieso que la elegí porque me encanta y porque responsabilidad ya la vivo cada día, no desvelaré de momento que pasa con inclusión. Me encanta entrar en acción, y que decir, del subidón que me da cuando hago algo que me gusta, puedo llegar a ser una inagotable fuente de creatividad. Y ahora que estoy saboreando el regustillo que, a modo de café mañanero, me ha dejado el curso, os diré que he hecho repaso de calendario de estos últimos días y mi vida ha sido participativa a tope. En este punto quiero hacer un parón para recordar mi paso por la ruta solidaria Todos somos autismo, celebrada en Cartagena, el pasado 24 de marzo, y sobre la que escribo esto:

Temprano, de buena mañana estamos dispuestos para iniciar la marcha. La multitud se concentra en la puerta del Ayuntamiento. Llevamos nuestras camisetas azules, y al agruparnos parecemos un gran brazo que sale desde el mar y se prolonga tierra adentro. El murmullo de la gente crecía y disminuía al igual que el golpe de mar sobre las rocas, manteniendo sus constantes hasta que un discurso nos devuelve a la realidad. Miles de personas concentradas un domingo por la mañana bajo una misma voz empiezan a caminar.....


Como no hay dos sin tres, toca la inclusión y confieso que ahí me quedo pillada, si hablamos de integración diría que si puedo verme, cohesión esta palabra también me gusta mucho porque actúa dándole a cada uno lo que necesita. Aún no me sentía cómoda en ella así que esperé a que mi compañero de grupo la definiera y como lo sentí como pez en el agua, pensé que buen equipo hemos hecho los tres.

En torno a estas palabras transcurrieron las actividades estos tres días, y no ha terminado porque todavía nos queda una acción en grupo que más adelante os contaré y que estoy segura mejorará la visión del mundo para muchos, no digo más, tendréis que seguir leyéndome para descubrirlo.

Esto va llegando a su fin, me paro unos instantes para volver a sentir la energía del grupo que afianza sus raíces y camina para salir. Y aprovecho este medio para agradecer la labor de las personas que como voluntarios dedican su tiempo a hacer de este mundo un sitio mejor para todos.