domingo, 21 de abril de 2019

Retazos de Semana Santa que habitan en mi alma

A lo largo de estas entradas he mencionado recuerdos e imágenes de cuando era una niña. Para hoy Domingo de Resurrección no tenía previsto nada, tan sólo fluir como en las otras ocasiones.
Aunque no cabe duda que es un día especial, los cristianos católicos celebramos que el hijo de Dios resucitó de entre los muertos, para enseñarnos que hay una vida plena tras una etapa de dolor y sufrimiento. Y trasladado eso a mi ciudad, tenemos toda una Semana Santa cargada de procesiones y actos que rememoran la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

En este momento cierro los ojos y me traslado a casa de mis padres y empiezo a recordar como era la Semana Santa. Arranca el domingo de burrica, esa procesión es la de las palmas, salíamos por la mañana a comprarlas, noto su tacto áspero y su profundo aroma, las llevamos a bendecir y por la tarde a la procesión. "Quien no estrena el domingo de Ramos no tiene ni pies ni manos", así que ese día siempre teníamos preparado algo. A veces unos calcetines, bastaban para cumplir con la máxima.
Lunes Santo, que nervios, ese día ya tocaba procesión, comprar los caramelos, ir al estanco de Rojas a por las postales de la Piedad, intentar dormir la siesta para estar descansadas por la noche y las horas que no pasaban, a las ocho de la tarde ya la merienda cena, una tortilla francesa en bocadillo o pechuga de pollo empanada. Enseguida a vestirnos, los pantalones a media pierna y ese día tranquilos porque sí o sí eran guantes y calcetines blancos. Y llegaba el momento de salir, tocaba ponerse "el mocho", nombre con el que se conoce a la prenda que cubre la cabeza de los nazarenos, y con el que siempre me pillaba el pelo.
Mi hermana y yo salíamos con mis vecinos del tercero y sus primos, Juan Pedro, Toñi, Rosi, Emilio, Chesca, Loli, Pedro, Ascen y a veces también se unían amigas. Cargados con las varas nos íbamos todos juntos al callejón de Bretau, íbamos siempre acompañados de un mayor, que al llegar allí nos decía: "todos juntos, y si os perdéis al entrar a la Iglesia buscar a Pepe, el hermano vara", entonces no teníamos móviles, dejar a los niños era un verdadero acto de Fe, los veías un par de veces durante el recorrido y casi siempre para reponer caramelos. En eso jamás he sido tacaña, los he repartido a puñados, porque si la gente esperaba para vernos pues había que darles lo que teníamos, además mi madre nos decía: "Repartirlo todo y que no vuelva nada a casa". Las postales las guardaba para mis profesoras y los conocidos, que luego le contaban que me habían visto y que bien educada estaba que les había dado de todo.
La entrada a la Iglesia merece una mención más que especial, incienso y flores, vuelven a inundar
mis sentidos, que emoción y nervios, desde que ponía los pies en la nave central podía sentirlos, así como el ruido de los tambores, que retumbaban dentro de la Iglesia: poropom, pom, popom…. Y las puertas de Santa María se abrían durante 10 días para que pudiéramos salir, la bajada por la rampa, el toc-toc de las varas y ya estábamos en la calle.
Del lunes recuerdo los momentos de la Salve frente a la Iglesia de la Caridad, el parón y por consiguiente cansancio de los niños a la altura de la Calle del Duque, y el deseo de llegar a la Iglesia y volver a cantar la Salve, esta ya para recoger la procesión y ver pasar el piquete militar.
En la vuelta a casa nos hacíamos las remolonas con la vara, y para compensar unos churros con chocolate, a veces en Chamonix (Puertas de Murcia) y estoy intentando recordar otros sitios, creo que la cocina de mi casa sería el más probable.
Como no parar un momento para tras el ruido de los tambores y la emoción del momento, sentir la suela de los zapatos pegada al suelo, claro, tiene su lógica repartíamos caramelos y volvíamos pegajosos, al día siguiente tocaba raspar las suelas para no manchar el suelo de casa.
Ya estamos en Martes Santo, el encuentro de los tres Santos, la bajada del Santiago por la cuesta, todo un espectáculo que emoción, ya de más mayor recuerdo verla desde dentro del Gobierno Militar con mi hermana que iba a ver su novio. Y el San Pedro desde el Arsenal, al escuchar el discurso por el que se le permitía salir en procesión, siempre pensaba que a lo mejor ese año llegaba a tiempo para que no lo arrestaran al día siguiente, claro es que tenía un pase de pernocta militar.
Ya tengo que mencionar a San Juan, que saliendo desde el Parque de Artillería completaba la procesión.
Para el Miércoles Santo, tengo el recuerdo de las empanadillas o agujas de carne que me compraba mi abuela para ver la procesión desde el balcón de su prima Conchita en la calle Serreta, en ese momento me parecía larguísima la procesión, la Santa Cena, y claro es que salían pocos niños repartiendo caramelos.
El Jueves Santo amanecía y nos levantábamos muy tarde porque luego teníamos el encuentro de madrugada. Aunque primero esa noche teníamos la procesión del Silencio, me impactaba la forma en que se apagaban todas las luces y los escaparates al paso de la procesión, una inmensa paz que hacía presagiar lo que estaba por llegar, es en esa quietud dónde nos encontramos en el estado idóneo para dejar fluir las decisiones y que se cumpla lo que está escrito.
Muchos de estos jueves también los hemos dedicado a saber que pasaba en La Unión, con el Cristo de los Mineros y en Cabo de Palos, aunque me cuesta salir del terruño estos días.
Nervios porque la madrugada se va acercando, es la noche más larga para una madre y un hijo, porque uno como adulto puede asumir sus decisiones, aunque para una madre, aún siendo quien es, duele y mucho. Esta noche se convierte en todo un símbolo para los niños porque es nuestra primera salida nocturna, mi padre llenaba el Renault 12 de varas y nazarenos apretujados camino de la Pescadería aunque está limpia para la ocasión, se puede sentir el olor a mar y sus habitantes. Es desde allí de dónde saldremos en procesión, atravesando todo el barrio de Santa Lucia, acompañados de saetas y camino del Encuentro con la Madre. Nuestro Padre Jesús Nazareno, es el titular de la Cofradía Marraja, y una gran marrajo a sus pies le acompaña en el trono.
Una pequeña nota, el tiburón mako, marrajo común o de aleta corta es una especie, parecida al tiburón, que abunda en el Mediterráneo.
Otra nota más, para aguantar la humedad y mantenerse despiertos, nuestros mayores beben laguenas, una mezcla de anís seco y vino dulce, pienso en que ganas tengo de hacerme mayor para probarlo.
La llegada a la plaza del Lago es todo un acontecimiento, que buenos recuerdos me trae el bar Puerto Rico, cuantas limonadas he tomado allí con el abuelo Pepe, mientras el disfrutaba de su café y el periódico.
Una vez finalizada la procesión toca dormir todo el día para reponer las fuerzas, nada mejor que un buen guiso de albóndigas de bacalao,  hecho por mi abuela Maruja, para entrar en calor, según me voy haciendo mayor, me cuesta más trabajo despertarme para comer y me digo a mí misma que si alguna vez tengo hijos no los despertaré.
De la procesión del Viernes Santo, recuerdo que mirábamos siempre el cielo, que muchas noches parecía querer cerrarse como la Noche oscura del alma. De esta bonita y solemne procesión recuerdo el Santo Sepulcro, fue la primera postal que le escribí a mi padre, con mis recién aprendidas letras y de él también recuerdo la seguridad con que nos decía: "si llueve, trajes hacia arriba, les dais la vuelta como si fueran capas sobre vuestros hombros y os refugiáis en un portal que yo os busco y os recojo, no importa lo que tarde, me esperáis".
En muchas procesiones cartageneras podéis encontrar las popularmente conocidas como "las
manolas", son las damas que visten de teja y mantilla y que devotas acompañan a la Virgen durante su recorrido. Un año tuve la oportunidad de sentirme como ellas acompañando a la Magdalena junto a mi madre. Ya se que no es una Virgen, aunque es cada vez más aceptada su importante figura junto a Jesús y la propia María.
Tras esta larga y emotiva noche, amanecemos en el Sábado Santo, ese día por fin abren los comercios y toca correr a por repuestos para la procesión de la Veracruz, la Confitería de San Vicente en la calle correos nos salvó en muchas ocasiones de salir de vacío, recuerdo sus cristaleras repletas de bolsas surtidas y los sepulcros, unos caramelos grandes y alargados que reservamos para nosotros los nazarenos.
La llegada del Domingo de Resurrección marcaba el final de esta gran semana, una procesión que de niña la recuerdo siempre con campañas tiñendo de alegría el ambiente y el bullicio de una ciudad que todo lo celebra de noche y ahora tiene el color del día. Todos los pasos me gustan, aunque me emociona especialmente el trono de Los discípulos de Emaús cuya banda va tocando Pescador de Hombres, la canción favorita de misa de mi tía abuela.
Y los años fueron pasando, parece que todo sigue igual, evidentemente la representación de la historia se repite siempre, la que ha cambiado es la protagonista. Aunque de sentir marrajo, de capirote pude cumplir mi sueño junto a la Cofradía Blanca, en el Cristo de la Resurrección, así estaba escrito y ahora su corazón rojo, se tiñe de lila, morado y blanco según van pasando los días.
Porque no podía faltar aquí la mención al Cristo del Socorro viacrucis con el que arranca la Semana Santa de España, desde luego la de Cartagena si, y por supuesto la ofrenda floral del Viernes de Dolores, en el que puntada a puntada mi suegra nos deja además de su buen humor y cariño unos trajes patrimonio familiar, estos se unen a los de terciopelo hechos por mi abuela y que cada año recrean en el comedor de mi madre un pequeño almacén semana santero.
Este año cuando ya pensaba que sabía mucho de esta semana de Pasión, he aprendido una nueva palabra y veréis porque ha sido.
La lluvia nos ha acompañado como yo nunca recordaba, tres días seguidos sin procesiones, así que junto a la pena de no disfrutar los desfiles pasionales, afloraban los sentimientos de alegría por lo que la bendición del agua suponía para este sediento campo de Cartagena.
Pues bien el Viernes Santo asistí al Vía Crucis que celebramos en el interior de la Iglesia, recreado en 14 estaciones y hoy leía con incredulidad el comunicado del Resucitado, porque ellos ante la imposibilidad de salir nos invitaban al Vía Lucis, porque Jesús ha resucitado.
Al principio pensaba se trataba de un error, más no era así y lo explicaba en la iglesia el sacerdote, se denomina de esta forma porque iniciamos un camino de Luz. Que curioso, porque estamos siempre acostumbrados al camino de la cruz y vemos el despejado y nos da hasta miedo ponerle nombre.
Así que queridos míos que predomine la alegría y la luz en este camino que hoy emprendemos.

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