domingo, 19 de mayo de 2019

Deshaciendo capas

Esperando a ser guardadas
Toca salir del letargo del invierno, adentrada ya la primavera y a un mes del verano, es tiempo de desprendernos de las capas que nos recubren y protegen para dejarnos ver. Es el momento de poner tu piel al sol recibiendo el brillo que los rayos nos dejan, abrazándonos como una madre a su bebé.
Es tiempo de decirle adiós a ese grueso poncho, bajo el que pasamos tantas horas y que nos sirvió de parapeto de los vientos fríos, entendiendo estos como las corrientes de aire aunque también pueden ser palabras que nos hirieren o que nosotros así las sentimos.
Acostumbrados a caminar cubiertos con el respaldo que la manta nos confiere, mostrarnos tal cual somos se nos hace cuesta arriba, aceptar cada surco y montículo se convierte en un ejercicio valiente, visualizar sin juzgar cada día la imagen que nos devuelve el espejo, es el primer paso para aceptar quienes somos y que el tiempo pasa a nuestro favor.
Convertir nuestro cuerpo en un templo es la frase de moda hoy en día, ¿Qué significa realmente eso?
Si durante todo este tiempo hemos trabajado nuestra mente y corazón ¿Qué sucede con el envoltorio? En este mar de incertidumbres me he bañado durante mucho tiempo, a veces desistía en la idea y me dejaba arrastrar a la orilla para quedar varada en la arena, otras simplemente me mecía en las olas subiendo y bajando, y de repente un día vislumbro la isla en el horizonte y siento la necesidad de nadar hacia ella. Es tiempo de descansar bajo la sombra de una palmera para volver a encontrar mi playa. Ese lugar dónde cada uno de nosotros podemos regresar a descansar, tomar aire y continuar.
Recostada en la orilla contemplo todo lo que me rodea, cangrejos que avanzan a la par que retroceden, y pienso en los humanos que en ocasiones caminamos así, un gran paso hacia adelante, sentimos vértigo, volvemos un poquito hacia atrás, y otra vez hacia adelante.
Observo a los ermitaños, siempre con su casa a cuestas, es su única posesión, su tesoro y no quieren abandonarlo, les protege, les da seguridad y por ello no les pesa llevarla. Cuidan de su concha porque forma parte de ellos mismos y con cierta melancolía vuelvo a al cuerpo físico y en la piel veo el envoltorio con el que conviviremos hasta el final y me pregunto como cuidarlo cada día más y venero cada centímetro de la piel y su función protectora. Así vamos poco a agradeciendo todo lo que nos cubrió y que hoy se hace innecesario, porque somos perfectos en si mismos.
He tardado mi tiempo en aceptarlo tal y cómo es, todavía hoy de forma inconsciente lo olvido, aunque y cada vez con más frecuencia lo voy controlando. Sí lo soy y con esa frase que me devuelven mis labios en el espejo, pongo en valor cada centímetro de más de mi misma, sabiendo que irán bajando cuando comprenda que no hay nada que cubrir.
Y es entonces cuando vuelvo a ese primer día de playa en el que llegamos mirando a todos sitios completamente blancos y nos enfrentamos a las miradas de los demás, y descubro que somos nosotros mismos los que las dotamos de vida, asignándoles nuestros propios miedos y prejuicios. Y es hoy cuando digo se acabó no necesito arroparme de más.

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