domingo, 17 de marzo de 2019

Comprometida

En un mundo contextualizado en catálogos y objetivos, la sociedad no iba a ser menos y por ello organiza a sus componentes en distintas categorías de individuos.
Al igual que en otras sociedades animales cada uno tenemos nuestra función y misión y si alguien decide nadar contracorriente, ¡bang! saltan las alarmas. Lo etiquetamos todo hasta las conductas y estamos siempre tan ocupados estableciendo rankings, que se nos escapa lo más importante, olvidamos para que estamos aquí. 
En esta tesitura me encontraba cuando surgió la oportunidad de un viaje, me enteré por Magda, una amiga, nos fuimos juntas y de la mano de Susana Ortega de Viajes Sagrados, una perfecta hada guía, que nos condujo a través de los cuatro puntos cardinales de la Isla Esmeralda, contándonos sus historias, mitos y tradiciones más ancestrales.
Una de las visitas fue a casa de John, de profesión bardo, para los que os resulte desconocido este nombre diremos que es un juglar, poeta, conocedor de costumbres y del entorno natural en pleno siglo XXI.
Allí además de una merienda estupenda y escuchar a Claire, su mujer, tocar el arpa, tuve la oportunidad de recorrer mi primer laberinto de forma consciente. Se trata de un pequeño recinto de arboles dispuestos de manera que su recorrido no sólo sea un disfrute para los sentidos sino que cada paso y esquina que doblábamos nos hacía adentrarnos más en nosotros mismos.
Justo antes de comenzar el paseo el bardo nos habló del sentimiento de culpabilidad que muchas mujeres madres sentimos cuando nos damos cuenta que estamos libres y felices haciendo algo para nosotras mismas. Continuó hablando mucho más aunque mi cabeza se paró allí en ese instante, recordándome todo lo que había quedado atrás, los sueños, las expectativas pasaron como en una película a doble revolución por mi mente, para venir a detenerse en el momento actual.
Recorrí los estrechos tramos con paso firme, si en algún momento titubeé se encargaron de animarme a seguir, y mientras lo hacia decidí que no volvería a serme infiel haciendo cosas que no me apetecen por el simple hecho de quedar bien.
Que en la medida de lo posible recuperaría mi voz propia e interna, afónica de tantas veces silenciada, porque si se trata de hacer felices a los demás, no lo puede hacer quien no lo es.
Soy una mujer y madre, he amamantado a mis hijas cuando lo han necesitado y ahora procuro su cuidado en otros aspectos de la vida, ya no soy su ama de cría. Metafóricamente podría decir que ya nadie necesita que genere alimento físico, porque hacer las cosas cuando no corresponden hacen que la leche se agrie y dañe más que sane.
Y es que cuando tantas veces has mandado callar a tu voz, es fácil que vuelva a perderse, así que tienes que practicar mucho para conseguir que resurja firme de las profundidades del océano.
Es por ello que he recuperado esta foto en la que de alguna manera daba fe de ese testigo y aprendizaje que acababa de recibir, porque ahora en horas de reposo me repito a mi misma recuerda quien eres y que deseas hacer.
Y ese es mi único pacto válido, porque de verás que soy una convencida que mi compromiso hacia los demás empieza por mi fidelidad a mi misma, a mi ser, a mi emoción y a mi camino.
Si algo puedo legarle a ellas que no sean cargas y culpas que no les corresponden, que sean aprendizajes y buenas experiencias para decidir hacia dónde quieren ir.
Y mientras, escribo esto, hoy me veo descansando en mi sofá, viendo películas y recuperándome que han sido unos días muy moviditos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.