lunes, 6 de noviembre de 2017

No necesitamos decir nada

De todos es conocido que una imagen vale más que mil palabras, aún así le damos un gran valor a estas últimas. Convertimos ese torrente de letras ordenadas en una poderosa fuerza capaz de hundir el Titanic o de elevarnos a lo más alto del Himalaya.

Cuando fotografié la imagen que os muestro, pensé: "que tierno, una joven pareja entrelazando sus manos y mirándose a los ojos. Les acompaña la luna cual testigo silencioso del momento".

Sólo después de unos días me percaté de la frase que se interpone entre ellos, ¿Te gusto? y con cara de póker me pregunté ¿de verdad que hacía falta preguntar eso?  Pronto lo olvidé y empecé a describir el momento de esta forma:

Sus miradas me bastaban para imaginar una unión de almas, de esas que no necesitan ni una letra, ni una canción, ni un lugar dónde recordar que hicieron por primera vez.
Viéndolos percibo la chispa que desprenden sus ojos. Tejen una historia que saltaría del mundo de los invisibles para devolverles a ambos su luz. Estaba escrito que no se encontrarían hasta cumplir cada uno con su misión en la vida, y ese momento ha llegado.

El resto de lo que escribí lo dejo para otra ocasión, porque me vine arriba y me saltaron algunas escenas de película, creo que sin palabras, que tengo en la recámara para los por si.

Era para mi una verdad incuestionable que no se pueden comer espaguetis con tomate en una primera cita, esta teoría me la desmontó volver a ver una de mis películas favoritas de dibujos: La Dama y el Vagabundo. Y es que la imagen de los protagonistas, de este clásico de Disney, compartiendo un plato de pasta en la trastienda de un restaurante italiano, me transporta sin remedio a una velada con mantel de cuadros rojos y blancos, y a una gata con flores.

Otra de las escenas que me hace bailar el corazón transcurre en Memorias de África, se trata del momento en que Robert Redford  le lava el pelo a  Meryl Streep. Este gesto de la vida cotidiana, se convierte en un símbolo de sensualidad y generosidad, dónde el agua cayendo borra cualquier miedo o resquicio de duda. Con esta sensación en mi interior me traslado a un escenario dónde un simple gesto de sorpresa,  acompañado de una mirada nos hace sentir que al igual que Karen, bajo el sol africano, todos brillamos, sólo tenemos que dejar pasar la lluvia.

Y para finalizar rescato a un guapo Mr. Darcy que durante el frío amanecer se funde en un eterno abrazo con Elizabeth, y del que no recuerdo las palabras porque a lo mejor ni las dijeron o a mi me sobraron. Y ese instante me traslada a muchas vueltas, idas y venidas hasta la definitiva, a principios de un otoño.

Entonces releo el texto y me sonrío a mi misma porque para no necesitar decir nada todo lo que os he contado.




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